sábado, 18 de octubre de 2008

El Conde de Revillagigedo y su calle en la Ciudad de México


El 11 de septiembre de 1749 el rey de España otorgó a Don Juan Francisco de Güemes y Horcasitas, natural de Reinosa e hijo de un antiguo linaje cántabro, el título de Primer Conde de Revilla Gigedo. Fue Capitán General de los Reales Ejércitos, Gobernador y Capitán General de la Isla de Cuba, Virrey de México, Decano del Superior del Consejo de la Guerra, Barón de Benilloba y Ribarroja. Durante su mandato en Cuba procreó con Doña Antonia Ceferina de Pacheco Padilla, natural de Antequera, en la Provincia de Málaga, a Juan Vicente de Güemes Pacheco Horcasitas Padilla, Antonio de Güemes Pacheco Horcasitas Padilla, Juana de Güemes Pacheco Horcasitas Padilla, Antonia de Güemes Pacheco Horcasitas Padilla, Francisca Javiera de Güemes Pacheco Horcasitas Padilla y Teresa de Güemes Pacheco Horcasitas Padilla.
Juan Vicente de de Güemes Pacheco Horcasitas Padilla nació en la Habana y fue Teniente General del Ejército, Virrey de México, Caballero de la Orden de Calatrava desde el 14 de Febrero de 1748 y de la de Carlos III desde el 21 de Mayo de 1792; Director General de la Artillería, Gentilhombre de Cámara de Carlos III, Barón de Benilloba y Ribarroja y segundo Conde de Revillagigedo. Falleció soltero y sin sucesión en 1799, por lo que vino a sucederle su hermano.
La nómina de los siguientes Condes de Revillagigedo fueron:
Antonio de Güemes Pacheco Horcasitas Padilla
Carlota Luisa de Güemes Muñoz
María Manuela de la Paciencia Fernández de Córdova y Güemes
Álvaro de Armada Fernández de Córdova y Güemes
Álvaro de Armada y de los Ríos
Álvaro María de Armada y Ulloa actual conde.

El segundo conde es el que traeré a colación. Virrey de la Nueva España desde octubre 1789 hasta 1793. Niveló y pavimentó la plaza de armas, (hoy zócalo), retiró la histórica fuente que tenía, saneó los accesos y las acequias de la ciudad, pero como todo en esta ciudad, lo hizo tan apresuradamente y con tantas irregularidades fiscales y técnicas que las atarjeas y acequias se inundaban. Los templos de Santa Inés, San Francisco y Capuchinas se anegaron, los nuevos cajones para el mercado de la plaza del Volador se quemaron, la Lotería reportaba números rojos y los comerciantes de la ciudad protestaban. Inauguró el servicio de recolección de deshechos en una urbe acostumbrada a ver flotar en sus acequias cadáveres, heces fecales, restos de comida y otras mefíticas sustancias.
En su honor se bautizó a una de las calles de la traza original de la ciudad con el nombre de Revillagigedo. Y Don Vicente Quirarte, antiguo Director de la Biblioteca Nacional de México, declaró que "Quien se precie de ser decente, no caminará por la sórdida calle de Revillagigedo." Para contestar semejante afrenta, recolectaré los informes y vistas de la calle en que vivo, demostrando así la falsedad de las palabras de un gran intelectual, que tuvo tremendo resbalón.