sábado, 23 de abril de 2011

De la única verdad de la vida, tu risa en movimiento.

 
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Cuando por fin supe de tí, una hermosa tarde cálida en un espléndido departamento de la calle de Francisco de Garay, no pude imaginar que sería para siempre que recordaría esa sonrisa. Después fue en una casona virreinal de la calle de Venustiano Carranza una tarde agobiante. Te volví a ver cuando entrabas por el portón señorial y extendías tu amplia algarabía por todo el palacio. Luego han seguido vertiginosos días de risa, calor, humedad, desolación y bonanza. Paseamos con tu lebrel blanco por la alameda, hemos disfrutado horas largas en los cines, conocimos de la conversación exquisita sobre muchas mesas con café de por medio.

Después surgió el daguerrotipo y su embeleso y corrimos por las calles buscando aquello digno de esclavizar en una foto. Caminatas por las viejas calles, coincidencias fabulosas, desfiles interminables de hombres guapos frente a nosotros. Y conocí a mi rey. Tu, primero que nadie, supiste de él. Se conocieron después y escucharles reír por las habitaciones del palacio me llenaba de gozo.


Pero los demás no saben que tu me levantaste en mi noche más triste, que me alentaste en mis horas de angustia. Tampoco saben lo que esperamos juntos hasta que te tomaron en volandas y te depositaron en una cama que promete tanta salud como enfermedad por dosis irregulares.

Viajé a mi condado con la incertidumbre de tu paradero, pero un noble amigo tuyo me comunicó infaustas noticias, estás en el umbral. Con el corazón traspasado por dagas crueles me refugié en mi biblioteca y busque el soneto más desolador:

En esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.

¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?

¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?

Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mí todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.

Y sólo pido no pedirte nada,
estar aquí, junto a tu imagen muerta,
ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta.
Gabriela Mistral.

Sin embargo ahora este dolorido poema no me deja consolado como antes. El descarnado sentimiento ascético de los seguidores de Jesús ya no es suficiente ni total. Hace poco (¡Ay, como quisiera contártelo al oído!) mi rey me llevó a donde los derviches giran, un templo hermoso, una mezquita acogedora y secreta. Y me inició en el misticismo de las enseñanzas de Rumi. "Reconocer que Allāh está mas cerca de nosotros que nuestra yugular y nuestra propia respiración. Creer es algo muy endeble; saber que somos parte de Allāh y somos parte intrínseca de Él es lo importante..." decía la Sheika.

He recibido noticias mas tristes sobre tu salud, hermano mío. Y en la soledad de mi biblioteca entoné los poemas del profeta Rumi:


Si es posible el metal pulir,
hasta que parezca un espejo,
¿Cuánto es posible pulir,
del corazón el espejo?
Difieren solo en un punto
el corazón y el espejo,
el corazón secretos oculta
ninguno guarda el espejo.

La muerte pone fin a la angustia de la vida.
Y, sin embargo, la vida tiembla ante la muerte...
Así tiembla un corazón ante el amor,
como si sintiera la amenaza de su fin.
Porque allí donde despierta el amor,
muere el Yo, el oscuro déspota.

A través de la eternidad
La Belleza descubre Su forma exquisita
En la soledad de la nada;
coloca un espejo ante Su Rostro
y contempla Su propia belleza.
Él es el conocedor y lo conocido,
el observador y lo observado;
ningún ojo excepto el Suyo
ha observado este Universo.


Despierta al amor, amigo mío. Despierta al calor y la hermosura de la vida dondequiera que sea: en la tierra junto a tus amigos o en el más allá. En cualquier sitio que te encuentres estará mi corazón regocijado por saludarte y por haber podido conocer al gran ser humano que eres.

jueves, 14 de abril de 2011

El milagro y la Sura.



Allah sabe quienes son los que de entre vosotros ponen obstáculos y les dicen a sus hermanos: ¡Venid a nosotros! Y están poco tiempo en combate. Son mezquinos con vosotros; y cuando aparece el miedo los ves que te miran con los ojos dando vueltas como el que está en trance de muerte. Y cuando el miedo se aleja os hieren con sus afiladas lenguas codiciosos de los bienes... Sura de los Coligados.

Algo, supongo, me ha querido comunicar Allah.