viernes, 1 de mayo de 2009

La Peste


"Santa Isabel de Hungría curando las llagas a una enferma" pintada por Goya.

"El año de la saludable Encarnación de Jesucristo (1348), la peste invadió la ciudad de Florencia, bella sobre todas las otras ciudades de Italia. Producida por la influencia del aire o por nuestras iniquidades, lo cierto es que esta calamidad fue enviada a los mortales por la justa cólera de Dios. Algunos años antes había nacido en distintas partes del Oriente, donde hizo perecer a muchísimos habitantes. Luego, sin detenerse, se extendió de país en país, siguiendo su ruta hacia Occidente, cayendo al fin sobre nuestra desdichada ciudad..."


Rostro de la ciudad de México. Salón de Cabildos del Ayuntamiento. Siglo XIX. Bronce sobre mármol.

"Contra ella fracasaron todos los esfuerzos de la previsión humana; ni los oficiales encargados de sanear la ciudad, ni la prohibición de que se permitiera la entrada de ningún apestado, ni las más prudentes precauciones, así como tampoco las más humildes plegarias dirigidas todos los días a Dios por las personas piadosas, fuera en las procesiones organizadas a tal fin o de otra manera cualquiera, pudieron impedir que en los primeros días del año comenzara a hacer los mayores daños..."


Ilustración de la peste de matlalzáhuatl que asoló el reino de la Nueva España en el siglo XVI.

"En fin, se vio a los ciudadanos huir unos de otros, al vecino permanecer indiferente acerca de la suerte de su vecino, a los parientes temiéndose ver o no viéndose sino raramente y a distancia. El terror llegó hasta el punto de que un hermano abandonaba a su hermano, el tío al sobrino, la mujer al marido, y, lo que es peor todavía y casi no se cree, los padres y las madres temían visitar y cuidar a sus hijos, tal que si fueran extraños..."


El pájaro loco con cubrebocas. Imagen tomada hoy en un camión de la ciudad de Oaxaca.

"Los enfermos, cuyo número era incalculable, no recibían ayuda sino de la simpatía de un reducido círculo de amigos o del interés de unos mercenarios que no les prestaban dicha ayuda sino con la esperanza de recibir un enorme salario. No obstante, estos últimos eran pocos: gentes(sic) por lo demás limitadas, nada prácticas en semejante servicio, buenas sólo para dar a los enfermos lo que éstos pedían o para verlos morir, y que, a menudo, morían también, perdiéndose ellos y la ganancia que habian obtenido..."


"El espejo que no te engaña" Pinacoteca del templo de La Profesa, siglo XIX.

Fragmentos tomados de: Bocaccio, El Decamerón, México, Porrúa, 1993